En
la comisaría le habían asignado un caso que a simple vista era muy fácil, por
eso mismo el inspector Fernández sospechaba que el que parecía ser el asesino
no lo era. Y es que había algo que no le cuadraba en aquel caso: el asesino no
tenía relación alguna con la víctima.
Llevaba
días sin dormir, sin comer nada decente, pero todo aquello le daba igual. Como
siempre con cada caso, se entregaba en cuerpo y alma; porque como él decía
cuando eres policía estas casado con tu trabajo.
Ese
día el inspector Fernández había ido a la cárcel con el objetivo de hacerle una
visita a Jaime, el presunto asesino. Tras una conversación difícil y sin mucha
colaboración por parte de Jaime, tenía más claro que nunca que Jaime no era el
asesino.
Este
caso le estaba dando más de un dolor de cabeza, pero era su oportunidad para
que le ascendieran en el cuerpo. Se tumbó en el sofá a leer el informe del
caso, pero pronto cayó en los brazos de Morfeo. De repente un ruido infernal
retumbó en la pequeña casa y Pedro se despertó en su sofá lleno de sudor. No se
lo podía creer, todo aquello había sido un
sueño, desde el principio hasta el final. No se lo pensó dos veces,
Pedro cogió su ordenador y empezó a escribir. Por fin, gracias al sueño del
inspector Fernández, tenía historia para su nuevo libro.
La
vida de un escritor nunca era fácil y él lo sabía.
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