Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

viernes, 11 de mayo de 2012

El día de un escritor

El inspector Fernández era un hombre solitario. Vivía en  Zaragoza, en una pequeña casa, sin muchos problemas, solo los que le acarreaba el trabajo. Últimamente estaba muy inquieto, algo le preocupaba.
En la comisaría le habían asignado un caso que a simple vista era muy fácil, por eso mismo el inspector Fernández sospechaba que el que parecía ser el asesino no lo era. Y es que había algo que no le cuadraba en aquel caso: el asesino no tenía relación alguna con la víctima.

Llevaba días sin dormir, sin comer nada decente, pero todo aquello le daba igual. Como siempre con cada caso, se entregaba en cuerpo y alma; porque como él decía cuando eres policía estas casado con tu trabajo.
Ese día el inspector Fernández había ido a la cárcel con el objetivo de hacerle una visita a Jaime, el presunto asesino. Tras una conversación difícil y sin mucha colaboración por parte de Jaime, tenía más claro que nunca que Jaime no era el asesino.

Este caso le estaba dando más de un dolor de cabeza, pero era su oportunidad para que le ascendieran en el cuerpo. Se tumbó en el sofá a leer el informe del caso, pero pronto cayó en los brazos de Morfeo. De repente un ruido infernal retumbó en la pequeña casa y Pedro se despertó en su sofá lleno de sudor. No se lo podía creer, todo aquello había sido un  sueño, desde el principio hasta el final. No se lo pensó dos veces, Pedro cogió su ordenador y empezó a escribir. Por fin, gracias al sueño del inspector Fernández, tenía historia para su nuevo libro.

La vida de un escritor nunca era fácil y él lo sabía.

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