Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

martes, 19 de diciembre de 2017

El tintineo de la madrugada

Quizá hoy es demasiado pronto, quizá hoy es demasiado tarde. Eso solo el tiempo lo dirá. Qué más da hoy, ayer o mañana; solo son palabras que escapan entre suspiros. Me encuentro aquí frente al papel preguntándome qué monstruos del pasado conseguí vencer, cuáles agonizan ante la idea de volatilizarse y cuáles hincan sus uñas dejando marcas que lamer.

No sé por qué ahora. Entre medias han pasado muchos intentos, palabras escritas e historias borradas. Un aventurero al que las cataratas tragaron, un policía al que el asesino degolló, una enamorada que nunca se sinceró. Vidas acabadas antes de nacer, vidas que el egoísmo del autor se atrevió a borrar.

Y es justo ahora, cuando las historias nocturnas parecen encontrar de nuevo el camino hacia el final prometido, que yo estoy aquí intentado saber si es el momento de dejar nacer y crecer a nuevas criaturas. Acontecimientos extraños los que me han llevado aquí, más bien casualidades fuera de lugar. Es ahora cuando encuentro el sentido a por qué estoy fuera de tiempo, mas quisiera no estarlo y a la vez seguir estándolo. Por un momento ha desaparecido la obligación y ha vuelto la inspiración. La nostalgia se convierte en evocación, y la evocación en deseo.

Ni los ánimos y elogios de una mano amiga bastaron para volver, sino que ha sido el desconocimiento lo que me ha atraído y la magia lo que me ha cautivado. Hace tiempo que no volvía a sentir la extraña satisfacción de encontrar la palabra justa al sentimiento que aparece en el momento oportuno. La capacidad que tiene el arte para envolverte no hace extrañar que a tantos genios les llamasen locos. 

Últimamente he aprendido a apreciar el aire gélido, en cambio, odio el aire frío. Es el aire gélido el que me hace sonreír creando situaciones variopintas con música ochentera de fondo, el que me hace pararme a pensar dónde estoy y por qué quiero seguir ahí, el que hace que quiera que los semáforos cambien a rojo para oír el canto de sirena.

El juego a ver quién es más osado se torna peligroso; es una carrera sin frenos. Pero la gente parece no darse cuenta, la bala silba en sus oídos pero el daño es ajeno. Un niño hace ademán de inmutarse, pero el férreo brazo de un padre educado en la rectitud del rebaño tira con fuerza de la semilla que nunca llegará a germinar. El tren parte y es entonces cuando yo me pregunto qué sentido tiene seguir intentándolo, y es entonces cuando alguien me susurra la respuesta. No oigo muy bien qué dice, pero me sorprende el cómo lo dice. Hago el esfuerzo de girarme y un destello me ciega. Creo vislumbrar lo que parece un guiño y decido someterme a su hechizo. El canto de sirena me atrapó, me llevó al otro lado. Ahora la gente juzga y murmura, pero yo solo oigo un sonido metálico que embauca mis sentidos.

Quizá vuelva, quizá no. Esto es resultado de un tintineo incesante que resonaba en mi cabeza, pero con esto no pretendo acallarlo, solo escucharlo más de cerca.


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