NOTA: Obra ganadora del primer premio del I Concurso de Relatos del I.E.S. Medina Albaida
Elisa tenía todo
preparado. Una bonita mesa redonda cubierta con un blanco e impoluto mantel
hecho para la ocasión; había pasado cada día de ese último año bordando sin
cesar, en parte para intentar sobrellevar la espera y en parte para no pensar
en lo peor. Sobre la mesa relucían unos viejos pero elegantes candelabros de
plata, sin embargo, las velas que descansaban en ellos estaban desgastadas y teñidas
de un color amarillento, como si el tiempo les hubiese quitado la ilusión de
volver a alumbrar a una pareja de enamorados en una romántica cena. Si te
detenías un breve instante podías advertir que pese al cuidado con que había
sido colocado todo y al esmero por hacer aquel hogar acogedor, un halo de
tristeza y pesar envolvía la pequeña habitación. Una habitación que con
seguridad había acogido en el pasado grandes reuniones y celebraciones
familiares, un pasado en el que resonaban risas y carcajadas. A pesar de aquel
lejano estruendo, tanto en aquella salita como en el resto de la casa reinaba
un silencio sobrecogedor.
Elisa fijó sus ojos en
una lámpara olvidada en un polvoriento rincón de la que emanaba una luz pálida
y anaranjada, pero su vista se empezó a emborronar; rápidamente la dirigió
hacia un antiguo y resquebrajado mueble que descansaba a su derecha. En él
varios marcos de fotos se sucedían: fotos de una familia feliz bajo un manzano
en un soleado día de verano, fotos de un hombre mayor pero apuesto, fotos de un
joven elegante pero que todavía conservaba ciertos rasgos infantiles. Una
pequeña lágrima consiguió escapar de los afables ojos de Elisa dejándole un
recuerdo amargo en su memoria. Hacía ya dos años que no veía a su pequeño
Jimmy, dos años en los que solo había deseado poder abrazarlo de nuevo. Esa
horrible guerra le estaba devolviendo sus más terribles pesadillas. No
suficiente con una vez, el mundo volvía a arrancarle a un ser querido.
De pronto sintió la
necesidad imperante de entrar en el cuarto de su hijo. Desde que Jimmy se había
ido Elisa no había sido capaz de acercarse allí, pero ahora inexplicablemente
no podía hacer otra cosa. Subió lentamente las escaleras que crujían bajo sus
pies, cada vez le costaba más recorrer aquel tramo. Recordó como Jimmy le había
insistido hacía un tiempo en cambiarse a una casa más cómoda para ella ahora
que se hacía mayor, sin embargo, ella había rechazado el consejo, no sin antes
protestar porque su hijo la considerase ya una viejecita. Tras subir trabajosamente
hasta el piso de arriba se paró en seco. Las piernas le fallaban y esta vez no
era por la edad; podía oír las risas de su hijo a tan solo unos pasos. Con
ayuda de la pared y casi arrastrándose logró alcanzar el pomo de la puerta. Lo
sujetó con fuerza, animada ahora por la esperanza de volver a verlo y de
repente un rayo de sol iluminó todo el pasillo.
Jimmy era un niño
bastante maduro para su edad y no solo lo decían sus padres, también sus
maestros de la escuela. Siempre fue algo callado y vergonzoso pero aún así se
las apañó para tener siempre a su lado a Charles, su mejor amigo. Charles era
un niño risueño y extrovertido, de tez pálida y pelo cobrizo. Ambos se
entendían perfectamente, su pasión por los aviones les hacía inseparables.
Jimmy había empezado a
coleccionar aviones casi antes de aprender a andar. Pasaba días enteros
hablando con su padre, el piloto Polonski, sobre cómo serían los aviones que
pilotaría cuando fuese mayor. A Elisa le encantaba verlos jugar y reír tumbados
en la alfombra y rodeados de aviones a medio montar.
En cuanto Jimmy se hizo
algo más mayor ya no solo los coleccionaba, ahora, junto a Charles, los
construía y los pintaba. Auténticos pájaros con alas que algún día Charles y él
llevarían a lo más alto de los cielos. Se pasaban horas montando y decorando
aquellas miniaturas. Miles de imágenes atravesaron la mente de Elisa. Aún podía
oír los gritos y sollozos de su pequeño cuando sin querer rompían algún avión
al jugar con ellos.
Elisa tuvo que sentarse
en la cama de Jimmy. Sus piernas le fallaban y las imágenes empezaban a darle
vueltas en su cabeza. Quizás fuesen invenciones suyas, pero hubiese jurado que
las sábanas todavía olían a él.
Jimmy había luchado
incesantemente por cumplir su sueño de ser piloto, y nada enorgullecía más al
señor Polonski. Pero ninguno de los dos sabía que les depararía aquello.
El señor Polonski había
sido llamado a combatir en la Primera Guerra Mundial. Él había aprendido a
pilotar porque aquello le hacía sentirse libre, mas cuando el deber llamó a su
puerta no pudo si no responder. Al principio se intentó autoconvencer de que
todo era para salvar vidas; pero que difícil se le hacía comprender aquello
cuando él no único que hacía era quitarlas. En la última carta que Elisa
recibió de su esposo, el señor Polonski afirmaba que no tenía esperanza ya de
salvación pues las atrocidades cometidas allí solo ellos las sabían. Él solo
deseaba que fuese castigo suficiente para que jamás se volviese a repetir, que
haberse perdido las sonrisas de su hijo y haber contemplado impasible miles de
gritos de angustia, sirviese para construir un futuro en paz aunque no
enmendase el pasado.
Sin embargo, lo peor
estaba aún por llegar. La muerte iba extendiendo sus fauces lentamente, iba adentrándose
silenciosamente mientras aquellos pobres indefensos creían que estaban acabando
con ella.
Elisa había tardado
años en recuperarse de aquel duro golpe. Pero tenía que ser fuerte y luchar por
Jimmy, aquella barbarie no podía llevarse a su pequeño también. Por él
consiguió salir adelante y forjarse un futuro, pero la sombra de aquella
terrible guerra siempre había permanecido en ella, dormitando, como la peste
que al surgir extermina a miles de inocentes.
Jimmy manejaba los
aviones como si fuesen una parte más de su cuerpo. Le encantaba sobrevolar los
cielos para mostrar la maestría de aquellos increíbles artilugios; allí arriba
se sentía más vivo que nunca. Gracias a su talento pronto consiguió hacerse un
hueco entre los más admirados pilotos. Elisa estaba encantada de ver que su
hijo se había labrado un buen porvenir.
Pero los humanos son
impulsivos y devastadores si se lo proponen, pueden llegar a hacer del mundo el
cultivo de su locura. La historia no hace sino proporcionarnos múltiples
ejemplos de que los mayores avances son creados por seres humanos para matar
seres humanos. Suena terrible, malvado, sádico e incluso despiadado, pero no
podemos cerrar los ojos y pretender que todo el horror engendrado durante
siglos desaparezca en segundos. La mayoría de actos de traición dejan la
insolente semilla de una venganza próxima.
Como un eco del pasado
la guerra volvió a llamar a su puerta. La Segunda Guerra Mundial se llevaba a Jimmy
dentro de un amasijo de hierro para acabar con el enemigo. Pero esta vez a
Elisa no se lo arrancaron de los brazos; después de alistarse como voluntario,
Jimmy se había girado y le había prometido que volvería. Su patria necesitaba
de él y no podía fallarle, pero tampoco se le puede fallar a una madre.
Elisa recordaba todo
aquello sin poder parar de llorar. Mantenía cierta esperanza de que su hijo
volviese sano y salvo, pues si aquello no se cumplía Elisa no podría
soportarlo. Más de una vez se había planteado ceder a la fuerza del abismo,
pero su hijo estaba dando su vida por todos los inocentes. La guerra ya se
cobraba suficientes víctimas como para que se le ayudase.
Sin darse cuenta había
pasado más de una hora desde que había subido al cuarto de Jimmy. Con algo más
de esperanza y entereza al recordar que su hijo estaba salvando vidas, Elisa
volvió a la salita. Había intentado encontrar algún sentido a todo esto, algo
que le permitiese comprender el objetivo de tantas muertes, y como siempre las
palabras poder y dominio habían cruzado su mente. Se preguntaba cómo alguien
con millones de muertes a sus espaldas podía seguir conciliando el sueño sin
remordimiento alguno, sin el más mínimo indicio de cambio. Se imaginó a la
muerte, nauseabunda y despreciable, sentada en un majestuoso sillón tras una
mesa de preciosa caoba, y acompasando su firma de una orden de ejecución por
cobardía, estaba el chisporroteo de un fuego desafiante y amenazador. Elisa
recordaba ahora las palabras de su querido difunto: “Las guerras son
imposiciones maquiavélicas de los gobiernos sobre personas que las detestan”.
El señor Polonski no se equivocaba.
De repente tres suaves
toques en la puerta la sacaron de su meditación. Todo su cuerpo se tensó, le
costaba respirar. Llevaba esperando demasiado tiempo este momento, pero tenía
miedo de que al abrir la puerta lo que encontrase no fuesen más que sueños
rotos y un alma quebrantada. Se forzó a respirar hondo. Un escalofrío recorrió
su espalda. Se levanto despacio, alentada por una creciente y ardiente
esperanza. Asió el pomo con fuerza y lloró. Lloró como jamás nadie imaginó que
pudiese hacerlo una madre. Lloró sin descanso, dejando escapar la pena que
durante años había permanecido en su pecho impidiéndole respirar, impidiéndole
sonreír, impidiéndole vivir.
Elisa sintió como caía,
se desplomaba sin remedio, pero unos brazos fuertes y seguros la sujetaron.
Jimmy estaba de vuelta. Jimmy lloró también. Hacía dos años que no veía a su
madre, dos años sin el cálido abrazo de quien le perdonó todo. Ambos se
abrazaron durante horas, lloraron juntos y quizás alguien diría que incluso
rieron. Quizás esas risas solo intentasen ocultar el dolor y tratar de evitar
el relato de horribles historias. Pero en ese momento las razones daban igual,
no había porqués. Una madre abrazando con infinita ternura y alegría a su hijo
tras años de espera, muchos hubiesen afirmado que eran la viva imagen de la
felicidad.
Sin embargo, en la
mente de Jimmy siempre continuaban los horrores. Había estado a punto de morir en
numerosas ocasiones, pero parecía que el destino le deparaba algo más. No podía
olvidarse de sus compañeros, aquellos que dando su vida le permitían estar
seguro en casa. Muchos de ellos morirían sin volver a ver a sus seres queridos,
de la mayoría de ellos nunca nadie sabría que fueron auténticos héroes.
Quizás su padre llevase
razón y era verdad que todo vuelo comienza con una caída. Quizás fuese hora de
que el mundo despertase después de tantos siglos de terrible letargo que tantas
vidas inocentes había arrasado. Quizás era el momento de dejar de lamentarse,
levantarse y escribir una nueva historia.