Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

martes, 25 de junio de 2013

Eterna compañera de la vida

Hace un tiempo que conoció a su mejor amiga. Era la persona perfecta: sabía escuchar, estaba siempre a su lado, nunca le fallaba. La encontró de repente, siempre había estado ahí, pero ella no se había percatado. Ahora se preguntaba como no había miles de personas esperando a que ella les prestase su atención; era tan estupenda. A cada paso que daba ella la acompañaba, se sentaba a su lado y la animaba. Juntas iban haciendo recuerdos para el futuro.
Mientras, la gente que había estado a su lado veía como todas esas veces que le habían tendido la mano ahora eran respondidas con un simple adiós y hasta nunca. Eran los espectadores de un juego macabro, un sádico juego del que no sabían si eran víctimas o solo les había salpicado las vísceras y la sangre, todo aquello que sobró.
Ella vivía feliz, o eso creía, hasta que un día descubrió el rostro pálido y siniestro de aquella a la que llamaba su amiga. Ahora comprendía porque siempre estaba a su lado, cada segundo que pasaba junto a ella era un segundo que le arrancaba. Un segundo menos de su vida y un segundo más para la de ella. Pero eran tan cálidos y acogedores sus brazos que era difícil zafarse de ellos; intentaba alejarse, corría en otra dirección, pero al llegar al borde solo podía observar el abismo negro y cruel y aquellos brazos tiernos y amables la recogían de nuevo, como una niña perdida al soltar la mano de su madre. Cada intento de huida era inútil, aquel era y sería su hogar. Gritaba pidiendo auxilio, pero su garganta se desgarraba con cada suspiro.
Cada vez veía con más claridad el verdadero rostro de aquella que la retenía, aquella que como un parásito se alimentaba de ella. Estaba todo tan vacío y oscuro que no tenia miedo de que nadie la viese llorar. Su compañera la arrastraba tan fuerte que toda su vida pasaba en un instante, su voluntad y su fuerza estaban al límite, creía desfallecer y justo antes de que los párpados cayesen sobre sus ojos alcanzó a ver algo que ella nunca le había permitido conocer, vio su nombre: Soledad.