Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

sábado, 9 de marzo de 2013

El arte de la tortura

La gente me odia, me tiene miedo, piensa que soy repulsivo, pero yo sólo hago lo que ellos no quieren hacer. Simplemente se me da bien hacer daño a los demás y es un arte como otro cualquiera. Es un puesto que alguien tiene que ocupar, si no fuese yo sería otro. Al principio hasta tú tienes asco de ti mismo y las pesadillas se suceden, pero después de tantos años es igual que otro trabajo: una simple rutina.
Me traen a un pobre ladronzuelo, un desdichado tendero o simplemente a alguien que estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Todos pasan por las mismas fases: 1ª "Yo no he hecho nada", 2ª "Vendrán a salvarme", 3ª "Piedad, señor, piedad" y 4ª "Morirás por esto". Para mí había pasado a ser "La melodía de la tortura". En los primeros meses me preguntaba que es lo que sentían en las hora previas a la muerte, me sentaba con los presos y les preguntaba. Pero tras unos cuantos escupitajos a la cara y algún que otro te mataré me di cuenta de que era inútil hablar con ellos y me olvidé de todo. Con el tiempo he aprendido a disfrutar de mi trabajo. Los mejores presos son los que se resisten a confesar.
No está escrito en ningún sitio, pero hay una especie de protocolo cuando un nuevo huésped llega a mi adorable morada. La pregunta de si es culpable es obligada, aunque ya sabes la respuesta. Después empieza lo divertido. Se le ata bien fuerte a la mesa de trabajo y se ponen los utensilios en su campo visual, para que huela el perfume del dolor. Por supuesto, la zona de trabajo esta llena de sangre seca, y no tan seca, de anteriores pacientes. Pues bien, como si de música celestial se tratase empiezan los gritos. Coges una mano del reo y le explicas que le vas a hacer, el pánico asoma en su cara como nunca antes lo ha hecho. Agarras las tenazas, las colocas en una uña y la arrancas de cuajo. El grito es estrepitoso, la sonrisa brota en tu cara y la sangre fluye cual arroyo. Continúas así con todas las uñas de las manos hasta que el arroyo se convierte en río. Si el preso es fuerte aguantará y entonces toca el siguiente paso. Calientas un hierro hasta que está al rojo vivo y eliges el sitio donde quieres que lleve la marca. Lo bueno de las torturas es que siempre se tiene público, los otros presos llegan a gritar incluso más que el torturado; no aplauden al final de la obra pero puedes verlos llorar al apreciar la calidad artística. Con suerte el preso seguirá sin confesar y podrás continuar disfrutando. Siguiente paso: la zarpa de gato. Se coge un palo con un garfio en la punta y se desgarra su espalda viendo como tiras de piel son arrancadas, los tendones quedan al aire e incluso, a veces, el hueso. Aquello es un lago de sangre, aunque ya sin gritos del reo que está inconsciente. Se acabó mi actuación en la obra, pero al pobre individuo todavía le queda por vivir. Por supuesto que ha confesado ya todo crimen del que se le acusaba e incluso alguno más. Posiblemente se le meta en una jaula y se le cuelgue en la plaza como ejemplo. Allí pasará sus últimas horas, donde verá la nauseabunda sensación que causa a la gente, hasta que el olor a podredumbre avise a los cuervos de que ya está lista su comida. Y mientras los cuervos se dan un festín yo ya he empezado con otro; pueden comprobar mi eficacia.
Ahora ya pueden odiarme sin remordimientos de conciencia, pero no antes que ni siquiera conocían la mitad de mi trabajo. Y estoy seguro de que alguno, aunque lo niegue, ya está deseando mi papel en la función.