Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

jueves, 21 de junio de 2012

Ángeles

Zakia cerró la puerta de su habitación, apagó la luz y se arropó con su sábana de ángeles. Era muy pronto, pero Zakia estaba harta de escuchar las estupideces de la gente y había decidido soñar en su mundo.


Pensó en si toda la crueldad que el mundo le había mostrado era justificada. Durante años había estado ayudando a muchas personas enfermas desinteresadamente, sabiendo que era la mejor en lo suyo y podía cobrar muchísimo. Zakia no buscaba el dinero, sino ser feliz a través de la felicidad de los demás. Pero ahora todo estaba negro. Sus padres habían muerto, hace dos meses, en un accidente de tráfico; su hermano Lían sufría una enfermedad rara sin cura conocida y para colmo Axel, su mejor amigo y único apoyo, se había ido a África.


La gente que tenía a su alrededor la animaba a sonreír y le decían que fuera valiente y que todos pasaban por momentos difíciles alguna vez. Zakia se cansaba de oír todos los días lo mismo, sabiendo que nada que le dijeran la haría estar mejor. Intentaba aferrarse a cualquier alegría para poder sonreír, pero pronto se esfumaba su felicidad.


Al día siguiente, se levantó con su tristeza habitual, pero algo la hizo cambiar. Por la mañana, apareció en su consulta un chaval de siete años con su hermano pequeño sujeto de la mano. Jairo, así se llamaba el mayor de los dos, estaba ensangrentado y lleno de cortes. Zakia le preguntó que le había pasado y el contestó con una inocente sonrisa. Zakia no comprendía nada.


Tras un rato, que pasó curando a Jairo, éste le empezó a contar que había pasado. Al parecer, el padre de los niños era un alcohólico depresivo que pagaba las penas con sus hijos. Jairo había protegido a su hermano y juntos habían huido de esa bestia. Ahora no tenían ni un hogar, ni comida, ni ropa limpia.

Zakia los llevó a su casa, les contó un cuento y los acostó. Se quedó un rato mirándolos y se dio cuenta de que unos niños no se merecían aquellas desgracias -quizá ella tampoco, pero los niños menos todavía- y decidió sonreír a la vida aun siendo infeliz.

Nunca planeó nada de esto, pero sus principios no le permitían abandonar a esos dos ángeles. Por ello, decidió adoptarlos y cambiar su filosofía de vida. Al final, se dio cuenta de que si sonreía los problemas se desvanecían y la gente dejaba de acosarla continuamente.

Tras largos años de arduo trabajo, con el ya mayor Jairo, descubrieron la cura para la enfermedad de Lían y todos sonreían felices en la foto, que ahora cubría el polvo, en la casa abandonada de Axel.

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