Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Por el amor de Dios

"Vive como piensas o acabarás pensando como vives."

Paso, paso, patada. Paso, paso, patada. Con cada patada la pequeña piedra avanzaba un poco más. Sin rumbo fijo y sin más entretenimiento que perseguir una piedra, un niño y su madre paseaban por las solitarias calles de una ciudad cualquiera. En uno de los golpes la piedra se desvió hacia la derecha y en vez de abandonarla el niño la siguió. Cuando iba a dar el golpe maestro que la reconduciría a su antigua ruta se dio cuenta de que alguien lo observaba. A su derecha, sentado en el suelo, había un mendigo.
En su corta vida, el niño nunca había visto a nadie tan mal vestido, sucio, muerto de frío y tirado en el suelo; por lo que le llamó mucho la atención. Su madre, al ver que su hijo se acercaba al mendigo, tiró de su brazo para seguir caminando, pero el niño no quería seguir. Por su cabeza pasaban miles de preguntas y no se iba a quedar sin respuestas.
-¿Quién eres? -preguntó el niño decidido. Sin embargo, no obtuvo respuesta.
-¿Quién eres? -repitió más alto.
-¿Me dices a mí? -contestó sorprendido el mendigo.
-Claro, ¿a quién si no?
-Soy Lucas -suspiró el mendigo, como si a nadie ya le importara.
-Yo David. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes amigos para jugar?
-No, no tengo amigos. Ya no me quedan ganas de jugar -suspiró apenado Lucas.
-Eso es imposible, lo que pasa es que ya no te acuerdas de como jugar y tienes vergüenza de preguntarlo.
-Quizá...
-¿Y por qué tienes un vaso con dinero? -curioseó David.
-Porque no tengo dinero para comer y confío en que la gente me ayude -pequeñas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
-Eso no puede ser cierto, mi mamá dice que todo el mundo debe compartir sus cosas. Y tú no tienes más que unas pocas monedas.
-Pero la gente hace mucho tiempo que dejo de preocuparse por los demás -una sensación de angustia le invadía.
La madre de David se impacientaba, no le gustaba hablar con extraños y mucho menos con mendigos. David tiró del brazo de su madre.
-Mamá, deberíamos darle mi merienda -dijo preocupado David.
-David, tenemos que irnos -dijo su madre elevando la voz.
-¡No! Tú siempre estás diciendo que hay que ayudar a la gente, pero ¿por qué no me dejas? -chilló David.
-Vale, pero solo la mitad y date prisa -respondió confusa su madre.
David sonrió complacido, pero desobedeciendo a su madre, David le dio su bocadillo entero, su abrigo y unas monedas. A su madre casi le da un infarto, se puso echa una furia y después de gritarle a David lo castigó. David no comprendía que había hecho mal, simplemente había hecho lo que todo el mundo le decía.
Ese día Lucas lloró durante largo rato, después de tanto tiempo volvía a creer que todo acabaría bien; todavía quedaba gente generosa. Quizás solo era un gesto de compasión en Navidad, pero ahora Lucas volvía a tener fe y deseaba que siempre fuera Navidad. David no se dio cuenta pero en su interior crecía una sensación de bienestar por haber ayudado al mendigo.
Todos tenían su regalo en Navidad, un regalo que ninguno olvidaría jamás.


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