Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo.
El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.

viernes, 26 de octubre de 2012

Estamos muertos

Estamos muertos. Me pueden llamar loca, pero eso no cambia que estemos muertos. Día tras día suena el despertador cuando todavía no ha salido el sol, la gente intenta aguantar cinco minutos más aun sabiendo que tendrá que apresurarse después, pero la rutina les acaba ganando y se levantan cansados y de mal humor. Rápidamente se asean, desayunan y se visten, y como autómatas salen por la puerta. Sobre las ocho de la mañana, miles de puertas giran sobre sí mismas absorbiendo a cientos de personas y expulsando a otras tantas que se dirigen a lo que para ellas es el matadero. Y ya hace mucho tiempo que los muertos, hasta entonces adultos, contagiaron a los niños. ¿Aún no me creen? Caminan todos juntos como una horda de zombies y cuando llegan al matadero cogen la estrella de la mañana y se torturan hasta que sienten algo de dolor, pero nunca dejan de hacerlo porque de qué otra forma se sentirían vivos. Tras quejarse acaloradamente como una jauría de perros rabiosos, las puertas vuelven a girar sobre sí mismas y por ellas salen otra vez los integrantes de la procesión fúnebre. Pasa un día y otro, todos se preguntan que hicieron mal en el pasado para acabar así en el presente y que les deparará el futuro si siguen así. ¿A esto le llaman vivir? Yo lo llamo agonía. La mayoría se dicen a sí mismos que no pueden hacer nada para cambiarlo, se autoconvencen de ello para no tener que esforzarse. Pero un día se darán cuenta de que debieron luchar por el futuro que querían y no dejar que la corriente los arrastrase. Porque como alguien me dijo una vez: "El esfuerzo engendra alegría".

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